Nuestro jardín

Dice la leyenda que las rías gallegas surgieron cuando Dios apoyó la mano en la tierra para descansar. Dicen los historiadores bíblicos que el Paraíso estaba situado en algún lugar entre el Éufrates y el Tigris. Lo que no dicen ni leyenda ni historia es que el Supremo Hacedor eligió a un hombre para construir un pequeño paraíso muy lejos de Mesopotamia. El Elegido fue Francisco Sales Covelo y el lugar, en Vigo, el Sales Xardín Arboretum.

Este admirable arquitecto paisajista edificó una casa de aspecto rústico, a veces tosco, a base de materiales en desuso: piedras de una casa en ruinas, vigas de madera de una fábrica o, quizá, de un barco encallado en Cabo Estai, columnas de hierro que sostuvieron la techumbre de algún café modernista...

A su alrededor, Sales Covelo rindió culto al mundo vegetal, ese mundo que alimenta al resto de los seres del planeta. En el lado sur de la casa, el “Recuncho de Sales”, único lugar del recinto desde donde se aprecia la magnificencia del gingko biloba, especie vegetal que volvió a brotar pese a los ataques de Hiroshima y Nagasaki. Delante de él, la bouganvillea, la liquidámbar y el árbol del coral, la flor nacional de Argentina, preceden a un grupo de plantas pendulantes, como la sophora, que, cuando el viento las mece, parecen hablarnos por signos.

En “A Chaira” nos da la sensación de encontrarnos debajo de cúpulas eclesiales: el olmo montano recuerda al viejo Pantheon de Roma; los helechos arbóreos semejan las nervaduras de puntiagudas cúpulas góticas; y, sobre todo ello, un inmenso arce japonés que convierte sus hojas en estrellas al filtrarse la luz del sol. Al fondo se escucha la música armoniosa de una fuente cayendo sobre una charca de nenúfares.

Nuestro jardín

Nuestro jardín

Uno espera encontrarse un oso panda en la “Bambusería”, de colores verde y negro, y se pregunta como llegó y se instaló esa planta en Galicia. Tal vez la primera fue, hace cientos de años, obsequio del algún marino oriental a un lugareño que le ayudó a reparar su nave.

En el Xardín Arboretum descubres el pangue, planta chilena de tallo comestible y en cuyas hojas se envuelve carne para asar entre brasas; y una variedad gigantesca de flor del ave del paraíso, de color negro azul y blanco; y te sorprende que la palmera mejicana rodee su tronco con las hojas muertas para protegerse y así poder seguir medrando.

Y te encuentras cipreses de los pantanos y acebos; y un árbol del hierro, que siempre fue exclusivo de los jardines de la nobleza. Y, cómo no, esa planta ya tan nuestra que es la camelia, sobre la que aún se discute cual fue el primer ejemplar que llegó a Galicia: uno de los del pazo de Oca, el del restaurante Casa Felisa, en la calle Porta da Pena, de Santiago y algunos otros participan en esta polémica.